lunes, 19 de septiembre de 2016

Capítulo 3

Área B7

Centro Médico, planta 4ª, sala 3

Después del trauma inicial que supuso descubrir cuál sería exactamente su función en aquella base secreta, Cathleen se recuperó relativamente pronto. Cuando vio que tenía una bonita casa de dos plantas equipada con todas las comodidades y una conexión a internet cuya velocidad hacía que se le saltaran las lágrimas de la emoción. Además, por si le quedaba algún resquemor, comprobó que en su cuenta bancaria habían ingresado una cifra absurdamente elevada como adelanto. Se pasó un buen rato contando los ceros que contenía para confirmar que su vista no la engañaba.

Es cierto que en la consulta se aburría y no hacía gran cosa, se pasaba la mayor parte del día haciendo compras online. La verdad es que le parecía increíble que pudieran hacer envíos a una base súper secreta pero por lo visto, tenían su propio sistema para hacérselos llegar Todo lo que pidiera pasaría antes por la isla de Oahu, por lo tanto habría una demora de una semana como mínimo en la entrega de cualquier paquete pero ¿Qué importaba? Mientras llegaban sus cosas se entretendría jugando a lo bestia y olvidándose de que estaba atrapada en una isla en medio de la nada.

Mientras se acometían las reformas en la consulta que se suponía que iba a ocupar, la habían instalado en una sala anexa a la del doctor Clarke, un hombre que ya había superado la barrera de los cincuenta años y estaba muy aburrido de la vida. Sólo cruzaba un par de palabras con él para saludarse y para despedirse cada día, nada más. Cada mañana llegaba a la consulta como si fuera lunes, con cara de tristeza y amargura, de hecho las arrugas y a los lados de la boca le hacían parecer un bulldog. En el fondo ese hombre flacucho y encorvado le daba mucha pena porque se le veía quemado ¿Estaría ella así a su edad? Esperaba no quedarse atrapada allí.

Ya llevaba dos semanas allí y parecía que ningún paciente iba a pasarse por su consulta. Sin embargo, cada poco veía a los centinelas entrar y salir con vendajes o parches de la consulta del doctor. No tenía claro si el resto de la población no se había enterado de que estaba allí o no confiaban en ella. Justo cuando empezaba a pensar que era una pieza decorativa, llamaron a la puerta de su consulta.

—¡Pase! —alzó la voz mientras se colocaba a toda prisa en su puesto para parecer una doctora seria.

            Una mujer vestida con el uniforme de los centinelas entró en la consulta y se dirigió con paso firme hacia la mesa de la doctora.

—Me llamo Melissa —le tendió la mano mientras se sentaba—, soy centinela en la zona D.
­—Encantada de conocerte, Melissa —sonrió encantada de poder hablar por fin con alguien distinto de la capitana—, ¿En qué puedo ayudarte?
—Verá, doctora —suspiró e hizo una pausa desviando la mirada un instante—, hay temas que nos cuesta tratar con el doctor y cuando escuchamos que estaba usted aquí, nos alegramos mucho.
—Vaya —arqueó una ceja—, llevo aquí más de dos semanas, os han informado con retraso.
—No, no —sacudió la cabeza—, hace tiempo que lo sabemos pero no nos decidíamos a venir…
—¿Y eso?
—Necesitamos recetas de pastillas anticonceptivas.

            Cathleen se quedó callada un instante, conteniéndose para no soltarle ninguna contestación típica de las suyas. Le parecía ridículo que una mujer hecha y derecha se avergonzara y le diera tantas vueltas para pedirle algo así en pleno siglo XXI. Esa mujer llegaría pronto a la treintena si no estaba ya en ella y le había costado más de dos semanas decidirse a pedirle unas píldoras anticonceptivas ¿Qué estaba pasando ahí?.

—Vale —se encogió de hombros—, por mí no hay problema, te puedo hacer la receta, pero dile a las demás chicas que quieran una receta que deben pasarse por aquí.
—Es que… —titubeó mirando hacia los lados—. Bueno…
—A ver, Melissa, déjame tu identificación, no podré hacer la receta si no la introduzco en el ordenador.

            Le tendió la tarjeta con la mano temblorosa, parecía especialmente nerviosa, como si alguien la estuviera vigilando y estaba inquieta mientras Cathleen tecleaba.

—Bueno, ya está —sacó de la impresora el papel y se lo entregó—, puedes decirle a tus compañeras que es muy sencillo y no hay de qué preocuparse.
—Doctora —se guardó la receta en el bolsillo—, me gustaría invitarla a una reunión en el área residencial B3, vamos a hacer una barbacoa de chicas en casa de Millie el viernes y nos gustaría que viniera si no tiene inconveniente.

            ¿Una barbacoa? ¡Nunca le habían invitado a tal cosa! Era algo tan inusual que hasta recelaba pero se aburría como una mona y necesitaba algo de acción.

—¡Claro! —sonrió—. Allí estaré.
            Melissa se levantó de la silla y antes de salir de la consulta se giró para decir una última cosa:
—Ah, quedamos a partir de las seis de la tarde allí. No falte, la esperamos.
            Y con esa última frase se fue cerrando tras de si la puerta de la consulta.

+++

Habían pasado dos semanas después del último incidente y Clyde empezaba a pensar que quizá las medidas de la capitana no eran en absoluto excesivas. Quizá había evitado que un grupo disidente se reuniera para organizar ataques terroristas. Es cierto que por ello el resto de la población pagaba con su libertad pero él no tenía familia así que no le afectaba demasiado. Para aquellos que se habían emparejado quizá era más duro, pero no había ni un solo morph que hubiera conseguido tener hijos, así que nadie se lo había tomado demasiado a la tremenda. Clyde estaba seguro de que con niños de por medio se hubiera liado parda cuando mandaran a las parejas a trabajar a extremos opuestos de la isla.

A media mañana el jefe Arnold siempre se pasaba por la garita de vigilancia de Clyde supuestamente a supervisar su trabajo, aunque en realidad lo que hacían era cotillear durante una hora mirando al patio vacío que tenían enfrente.

—¿No te da la sensación de que ahora estamos de adorno?
—Disfruta, Arnold —le dio una palmadita en la espalda—, disfruta porque te pagan por no hacer nada.
—Ya pero —se encogió de hombros—, no sé tío, ¿Para qué estamos aquí ahora? Normalmente siempre había algún pequeño problemilla, controlábamos los entrenamientos de los novatos pero ni hay tales entrenamientos porque no entra personal nuevo ni ha habido incidencias.
—Hombre, lo de los nuevos reclutas sí que no es normal, pero lo de las incidencias ¿No es bueno?
—Creo que la gente está asustada —se rascó la barbilla—, por eso están todos más tiesos que una vara.
—¿No hay informes de actividades delictivas o de alteraciones del orden en las zonas C y D?
—He hablado con Doug y Chuck —sacudió la cabeza—, y están igual de extrañados que yo.
—Pues sí que es raro…

            Ambos se quedaron unos instantes pensativos en silencio mirando al frente, seguramente pensando en lo mismo. La base era como cualquier otro pueblo de cinco mil habitantes. Solía ser un lugar tranquilo donde de vez en cuando alguien se desmadraba pero la calma no podía durar tanto tiempo. La genética animal a veces les jugaba malas pasadas a sus habitantes y se producían peleas que los centinelas tenían que controlar.

No quería pensar en ello así que decidió cambiar de tema. Debían ser positivos y quizá se estaban poniendo muy fatalistas.

—Ah, por fin he visto a la doctora nueva…
—¿Ah sí? —Arnold arqueó una ceja con una sonrisa traviesa—. ¿Y qué te parece?
—Es minúscula, súper pequeñita… —juntó el pulgar y el índice entornando los ojos como si sostuviera una pulga entre ellos y la estuviera mirando—. Aunque, claro, siempre la veo pasar de lejos y si ya de por sí es bajita, imagínatela pasando por ahí.
—Te la tengo que presentar un día —se cruzó de brazos sacudiendo la cabeza—. Es posible que no cambies de opinión sobre lo de su tamaño porque sí que es un poco bajita pero creo que te encantará.
—¿Me estás buscando pareja? —abrió la boca con fingida indignación—. Sé que me echas de menos ahora que estás con Mel pero no me busques novia para que vayamos a las típicas cenas de parejitas que me da mucha grima…
—Gilipollas —le dio una colleja—, te busco novia porque necesitas a alguien en tu vida que te suelte las tortas que necesitas de vez en cuando, esas que se dan siempre desde el cariño.
—Mira, Arnold, te vas a ir a la mier…

            Antes de que pudiera terminar la frase, una gran explosión hizo que sus cabezas se giraran de repente hacia el edificio del centro médico donde ya surgía una humareda. Sin pensarlo un instante, echaron a correr mientras Arnold sacaba el intercomunicador para pedir refuerzos.

+++

La doctora Rainer aún estaba aturdida bajo su escritorio, intentando proteger sus oídos en vano ya que el daño estaba hecho. No dejaban de pitarle y la cabeza le daba vueltas pero no estaba herida, eso era lo único positivo, porque había cristales por todas partes y podía habérsele clavado alguno. El humo empezaba a llenar la consulta cuando vio aparecer unas botas típicas del uniforme de un centinela, asomando por debajo de su mesa.

—¿Doctora? —Clyde se agachó tendiéndole la mano—. ¿Puede oírme, está usted bien?

            Cathleen primero miró su mano confusa y alzó la cabeza para quedarse embobada mirándole. Nunca había visto unos ojos tan extraños y a la vez tan hermosos. Eran indudablemente unos ojos felinos tricolor entre verde, amarillo y siena tostado. Su pelo rubio alborotado estaba recogido en una trenza y contrastaba con el tono bronceado de una piel salpicada con pequeñas motas de melanina. Para rematar, sin dura era alto, superando el metro ochenta y tenía el cuerpo de un velocista. Era como si acabara de ver un extraterrestre, puesto que Cathleen se había pasado casi toda su vida rodeada de empollones flacuchos.

—Doctora —preocupado ante la nula respuesta de la doctora, se agachó—, por favor, tenemos que irnos.
            Cathleen se limitó a asentir y le tomó la mano a Clyde que en cuanto la sacó de debajo del escritorio la cogió en brazos y salió corriendo por el pasillo. Él intentaba tranquilizarla hablándole mientras la sacaba del edificio con ella aferrada a su chaqueta. No importaba que el pitido de los oídos casi no la dejara escuchar sus palabras tranquilizadoras, en cuanto apoyó la cabeza en su hombro, se sintió segura.

—Doctora, en cuanto salgamos del edificio la llevaré a su casa y la pondremos a salvo.

            Clyde no sabía por qué, pero aunque ya estaban fuera del edificio y por lo tanto, fuera de peligro, no quería soltarla. Esa pequeña doctora rubia… Cathleen se llamaba, ¿verdad? Es lo que ponía en la tarjeta que tenía en el bolsillo de su bata. Era tan delicada y pálida que parecía una princesa nórdica con cabellos de oro casi blanco. En sus brazos era ligera como una pluma pero estaba seguro que en ese cuerpecito de un metro sesenta se escondía una luchadora, una guerrera vikinga.

—Centinela —dijo por fin Cathleen—, creo que puedo andar, gracias…
—Oh, disculpa —a regañadientes la dejó en el suelo—, no sabía si…
—No, tranquilo, es normal —se sacudió la bata que aun estaba llena de polvo—, se ha liado parda en el centro médico.
—¿Has visto algo inusual? ¿Alguien sospechoso?
—No, a ver —se rascó las orejas como intentando deshacerse el pitido—, me paso el día ahí encerrada en la consulta y tengo poca visibilidad desde esa sala. Me han prometido una consulta más grande pero supongo que gracias a un gilipollas con ganas de tocar los cojones se ha ido todo a tomar por culo.

            Las sospechas de Clyde se vieron confirmadas al oírla utilizar ese lenguaje alzando gradualmente el tono de voz. La doctora estaba visiblemente enfadada y con razón.

—Mire, doctora, entiendo su enfado y haremos todo lo posible por encontrar y castigar al cul…
—¡Como pille a ese grandísimo hijo de puta le arranco de cuajo los…! —empezó a dar puñetazos al aire—. ¡Es que joder!
—Ya, mire… —Clyde suspiró—, déjeme que la lleve a casa, así se toma el resto del día libre y descansa.
—Sí… —bajó los hombros agachando la cabeza con expresión de resignación—. Me iré a mi casa a pegar tiros en el Overwatch ya que no puedo matar al capullo que hizo esto.

            Mientras se dirigían al garaje donde estaban los vehículos todo terreno de los centinelas, la doctora aun tuvo tiempo de soltar unas cuantas maldiciones más. Parecía mentira que el vocabulario florido de Cathleen y su carácter endiablado le parecieran encantadores a Clyde que, por primera vez, empezaba a sentirse atraído por alguien.

Cuando la dejó en su casa marcó aquel día como el comienzo del cortejo de la doctora Rainer.


Clyde saliendo de la ducha.

jueves, 18 de agosto de 2016

Capítulo 2: El centinela Clyde

Capítulo 2

En algún lugar de la polinesia
Base secreta de los Estados Unidos de América.

Los pasillos del área B6 estaban excepcionalmente tranquilos últimamente después de la reubicación que supuso la construcción de las áreas C y D. Clyde, centinela del área B6, al principio se preguntaba si realmente eran necesarias esas ampliaciones. Después de que se produjera la reasignación de personal a las nuevas secciones, Clyde ya ni se lo planteaba. La tranquilidad que se respiraba en el ambiente, el silencio y la paz que reinaba en su sección eran incomparables. Vamos, que estaba encantado de la vida y jamás había sido más feliz desde que más de la mitad de la población de la zona B se había mudado a las otras dos nuevas divisiones.
Estaba en su puesto de vigilancia a primera hora de la mañana cuando Arnold, el jefe de centinelas, vino a arruinar su momento zen de meditación.
—Clyde, pedazo de vago —gritó—, despierta, que el día que pase algo, la somanta de hostias que te vas a llevar va a ser bonita.
—Calla, chucho —Clyde bostezó mientras se estiraba—, que no estaba durmiendo, sólo descansaba los ojos.
—A ti te voy yo a descansar permanentemente como en mi sección monten el pollo que hubo la semana pasada en la A7.
—Vamos, Arnold —resopló—, no seas agonías. El chavalín está en una edad complicada y por internet se encuentran cosas muy chungas.
—¿Cosas muy chungas? —arqueó una ceja y se cruzó de brazos—. Lo normal es que estos críos se dediquen a consumir porno en cantidades industriales, no a buscar las instrucciones para fabricar artefactos explosivos caseros.
—Vamos, tío —le dio unas palmaditas en la espalda—, de momento se trata de un hecho aislado, no hay que ser alarmistas ¿Habéis hablado con él?
—Les he preguntado a los gilipollas de la sección A pero todavía no me han preguntado y estoy muy mosqueado, sobre todo porque hoy entra carne fresca en el recinto.
—¡Coño! ¿Era hoy? —se sacó del bolsillo un dispositivo móvil—. ¿Tenemos que ir ya al aeródromo para recibir a la doctora?
—Dentro de cinco minutos emitiré el aviso para que todos mis centinelas se reúnan en esta entrada, por eso he venido hasta aquí, minino —le dijo guiñándole un ojo.
            Clyde se ocupaba del control de acceso a la sección B6 y por lo tanto, estaba en el puesto de vigilancia en la entrada de dicha zona. Por ello, en cuanto Arnold emitió su llamada, los centinelas fueron llegando y colocándose en formación.
—Bien, centinelas —Arnold se aclaró la voz—, en cuanto el avión de la capitana aterrice quiero que George y Mike sean la sombra de la doctora, de cubrir a la capitana nos encargamos Roger y yo. Clyde, eres el más rápido así que quiero que estés moviéndote constantemente, ya sabes cómo va —se puso firmes y alzó la voz—. ¿Lo habéis entendido todos?
—¡Sí, señor! —gritaron todos al unísono.
            Rompieron filas y la mitad de los centinelas regresaron al cuartel mientras la otra mitad se puso en camino hacia aeródromo que estaba a un kilómetro aproximadamente de allí. Tenían que atravesar el complejo deportivo, canchas de baloncesto, pistas de atletismo, piscinas y un par de pabellones cubiertos. Mientras tanto, Clyde y Arnold charlaban relajadamente.
—¿Sabes algo más de la doctora? —preguntó Clyde con tono despreocupado.
—Por lo visto necesitaban un médico de cabecera y el doctor Clarke es esencialmente traumatólogo.
—Pero un médico es un médico —se encogió de hombros—, para darle una pastilla a los flojos de nuestra sección le da de sobra, ¿no?
—Por lo visto la capitana quiere que el doctor Clarke se centre en los centinelas, así que todos los centinelas de todas las secciones acudirán al doctor Clarke.
—Pero entonces no entiendo la división —se rascó la cabeza—, ¿Entonces cualquier otro morph que se ponga enfermo irá a la doctora?
—Por el momento sí. —Arnold se encogió de hombros—. Parece ser que en nuestra zona vivimos los centinelas que vigilamos todas las áreas y los servicios médicos, en la sección A están los científicos experimentales y en la C y D  se ha reubicado al resto de la población.
—¿Y me puedes explicar cómo un sujeto de la sección C o D apareció con una bomba en la sección A? Se supone que ahí solo viven empollones y científicos.
—Y también experimentos que salieron mal, no lo olvides —señaló Arnold—. De todos modos, eso ha sucedido porque hay un capullo como tú que se duerme en sus horas de vigilancia.
—Pues te digo una cosa, Arnold, aunque me encanta que los pasillos estén vacíos, creo que es una cagada tenernos por ahí separados.
—Sí, no suelo cuestionar las órdenes de mis superiores pero… —Hizo una pausa antes de abrir la verja del aeródromo—. A mí tampoco me parece muy buena idea.
            Abrió la puerta e hizo un gesto para que todos los centinelas empezaran a pasar y a posicionarse en la pista de aterrizarse. Clyde esperó a su lado mientras sus compañeros entraban y se colocaban en formación.
—Lo normal sería que cada centinela viviera en su propia sección, no que tuviéramos que volver al cuartel después de hacer turnos.
—Tú y yo tenemos suerte, Clyde, no tenemos ni que movernos, pero Meyers, el jefe de la sección A…
            El ruido del motor de un helicóptero aproximándose interrumpió la conversación de Clyde y Arnold que se apresuran a formar en la pista junto a los demás centinelas.
Mientras la aeronave realizaba las maniobras de aterrizaje, Clyde captó unos movimientos extraños al otro lado del perímetro. Tras la verja que delimitaba la pista de aterrizaje le pareció ver a dos sujetos escondidos tras unos arbustos. No estaba seguro, podría ser fauna autóctona, pero no dejaba de darle vueltas a lo que le había contado Arnold aquella mañana ¿Y si la travesura del chaval resultaba no ser un hecho aislado?
Como no quería alarmar a nadie pero necesitaba a alguien que le cubriera, le dio una palmadita en la espalda a su compañero de la izquierda, Roman, que se volvió inmediatamente. Clyde le hizo señas para que le siguiera en silencio y ambos dejaron la formación para investigar los movimientos más allá de la cerca.
 ---------------------------------------------------------

Mientras tanto, Cathleen observaba a las tropas en formación y en cuanto los motores del aparato se detuvieron, todas las preguntas que tenía guardadas para cuando el maldito ruido del motor se detuviera, salieron como un torrente de sus labios.
—Capitán —empezó a hablar mientras se desabrochaba el cinturón—, ¿Estos son los centinelas de los que me ha hablado? Parecen marines, vamos, que…
—Dígalo, doctora —se levantó una vez se liberó de su cinturón—: parecen totalmente humanos. Pero la realidad es que tienen ADN animal, principalmente felino y cánido en el caso de estos centinelas.
—¿Por qué precisamente felinos y cánidos? —Se levantó siguiéndola a la compuerta del helicóptero
—Experimentamos con reptiles pero salió fatal. —Empezó a bajar las escaleras para salir del helicóptero—. Fue cuando nos dimos cuenta de que con un porcentaje de ADN animal mínimo era suficiente para obtener resultados satisfactorios.
—Ya, por eso no tienen un aspecto extraño —Siguió a la capitana descendiendo a trompicones—. ¿Cuándo piensan insertarlos en el ejército?
            La pregunta de la doctora se quedó sin respuesta ya que la capitana pasó a ignorarla en cuanto se encontró con el jefe de centinelas Arnold y comenzaron a hablar entre ellos.
—Buenos días, Arnold —La capitana le estrechó la mano sonriente—. ¿Todo bien en mi ausencia?
—Todo bien por nuestra sección —carraspeó—, Meyers le pondrá al día de lo sucedido en su zona.
—Estoy al corriente. —Se volvió hacia Cathleen—. Le presento a la doctora Rainer. Cuídela bien que vivirá en su sección.
—Mucho gusto. —Cathleen le tendió la mano—. Espero serles de ayuda.
—El gusto es mío, doctora —contestó el jefe de centinelas con una sonrisa arrebatadora—, lo mismo digo.
            Mientras el grupo se dispersaba y avanzaban hacia las instalaciones deportivas y del centro médico, Clyde y Roman seguían a los sospechosos. No quería ponerse en lo peor pero parecía que estaban siguiendo a la comitiva que acompañaba a la doctora. No creía que la seguridad de la doctora se viera comprometida con todo el cuerpo de centinelas del área B escoltándola pero tampoco quería arriesgarse.
Cuando atravesaban las instalaciones deportivas, aquellos dos sujetos se introdujeron por un pequeño agujero en la verja y siguieron agazapados entre la vegetación. Clyde entonces decidió informar a Arnold por el intercomunicador.
—Jefe, hay un código verde en las inmediaciones de la pista de atletismo.
            Esperó la respuesta de Arnold sin perderles de vista ya que se habían parado cerca de las pistas de atletismo y aun estaban relativamente lejos de la comitiva.
—¿Cuántos son? —contestó finalmente—. ¿Podéis interceptarles?
—Los tenemos al alcance, pero no queríamos actuar sin consultarte.
—Interceptadlos y llevadlos al cuartel, no quiero que la doctora se entere.
—Entendido. Nos vemos allí, jefe.
            Arnold se guardó el intercomunicador y alcanzó el grupo que se había adelantado hacia las instalaciones del centro médico.
—Si he entendido bien —preguntó Cathleen antes de entrar en el centro médico—, en esta sección vive el personal médico y los centinelas ¿Verdad?
—Correcto —contestó lacónicamente la capitana
—Y las secciones C y D son para el resto de la población —Frunció el ceño pensativa—.¿Cierto?
—En efecto, aunque seguramente tendrás más pacientes de la sección D que son más débiles en general.
—Pero …—Se quedó congelada con esa última afirmación de la capitana—. Los investigadores están en la sección A…
—Es correcto, Cathleen. —Se detuvo ante la puerta esperando mientras Arnold les abría las puertas—. Ahora vamos a visitar el centro médico y conocerás al doctor Clarke, el traumatólogo que cuida de las lesiones de nuestros centinelas.
—Pero —titubeó un poco antes de entrar—, yo no se nada de traumatología.
—Oh, no querida, no te asustes —se rió mientras la empujaba a continuar por el pasillo—, al doctor no le faltan asistentes y tus méritos son suficientes como para tener un estatus superior que el de una mera ayudante.
—Pero… —Frunció el ceño extrañada mientras avanzaba a trompicones por el pasillo intentando seguir a la capitana—. Tal como me había descrito las secciones yo pensé que…
—Bien, ya llegamos —se paró frente a la puerta de una consulta y sonrió satisfecha—. Cathleen, esta será tu consulta.
            Arnold abrió las puertas mientras la pobre doctora Rainer que esperaba continuar su carrera de investigadora, veía como sus aspiraciones se iban haciendo añicos como los azulejos cuarteados del fondo.
—Sólo hay que hacerle un par de arreglillos pero queríamos que estuvieras tú para escoger los materiales y la decoración que más te gustara.
—Sí, claro —susurró mirando a su alrededor—, tiene… mucho potencial…
—¡Genial! —exclamó encantada de la vida—. Pues ya tenemos médico de cabecera en la base. Ahora Marcus, Ben, Lucien y Albert te llevarán a tu nueva casa—nombró a los centinelas mientras los señalaba—, yo tengo asuntos que arreglar con Arnold.
            Aun conmocionada por descubrir cuál iba a ser su trabajo, se dejó llevar por los cuatro centinelas mientras la capitana Abott y Arnold se marchaban en dirección contraria.
 --------------------------------

Para Clyde no había sido demasiado complicado alcanzar a los sospechosos. Su ADN de guepardo le daba la ventaja de una rapidez imposible de superar. Para cuando la capitana y Arnold llegaron al cuartel, los dos sospechosos estaban ya en celdas separadas aunque se negaban a hablar. Sólo eran dos chiquillos de apenas dieciocho o diecinueve años, igual que el muchacho que la armó en la sección A.
Arnold quería ocuparse de interrogar a los sujetos pero la capitana insistió en llevárselos a las celdas de retención de la zona A. La decisión no dejó indiferente a ninguno de los centinelas presentes. De hecho, cuando se produjo el cambio de turno y ambos se dirigían a sus casas, hablaron del tema:
—¿Por qué crees que los trasladan a la sección A? —preguntó Arnold extrañado—. Se supone que ahí sólo quedaban los investigadores.
—Ya… —sonrió Clyde sarcástico—. Y el mando militar humano, eso es lo que no nos han dicho.
—Bueno, en el fondo es comprensible que mantengan al mando militar humano, ¿no crees? —Le miró de reojo—. Al fin y al cabo, puede que tengan miedo.
—¿De qué? —Frunció el ceño—. ¿Porque creen que no somos tan humanos como ellos? Venga, no me jodas. Muchos de ellos también tienen muchas mierdas y mutaciones en sus ADN y se hacen llamar humanos. —Alzó las manos alterado—. De hecho me atrevería a decir que algunos tienen más alteraciones que nosotros… Venga tío, no me jodas…
—Si yo te entiendo —dijo en tono conciliador para tratar de tranquilizarlo—, pero a la gente le da miedo las personas que pueden hacer cosas extraordinarias como tú, que corres más rápido que nadie.
—Bueno, ya ves —resopló—, soy poco más rápido que Usain Bolt.
—Clyde… —Suspiró y negó con la cabeza dándole palmaditas en la espalda—. Mira, todo esto es muy raro y es mejor que no comentes nada, todo queda entre tú y yo.
—Sí, claro. —Miró a su alrededor—. Fuera del alcance de las cámaras, ¿no?
—A ver… —Se pasó la mano por el pelo con aire de preocupación—. Puede que estemos siendo un poco paranoicos y si nos precipitamos, podemos buscarnos un problema.
—Ya… —Se mordió el labio y le dio un par de palmaditas en la espalda—. A mí también me encanta mi trabajo y no quiero que la capitana Abbott se cabree.
            Se detuvieron frente a un grupo de casitas de una planta que parecía el típico vecindario norteamericano.
—Y no te duermas mañana, misifú.
—Déjame en paz, pulgoso.
            Se despidieron entre risas entrando cada uno en sus casas, que se hallaban a lados opuestos de la carretera.

Clyde



jueves, 11 de agosto de 2016

Capítulo 1: La Doctora Cathleen Rainer

Capítulo 1
Cambridge, Inglaterra.

En el laboratorio de biología molecular de la Universidad de Cambridge, por norma general se estudiaban las enfermedades infecciosas más mortales y sus mutaciones. Era un lugar con altas medidas de seguridad y esto le servía al gobierno para encubrir sus experimentos avanzados con la genética humana. La doctora Cathleen Rainer trabajaba en una de esas divisiones encubiertas solo que su vida no era tan excitante como cabía esperar. Al principio, cuando la contrataron por su expediente brillante y se lo pintaron todo tan bien, pensó que su vida sería diferente, sobre todo cuando se pasó seis meses familiarizándose con los protocolos de seguridad gubernamentales. Llegó un momento en el que fantaseó con la idea de convertirse en un agente secreto pero no, la vida era una mala perra y se lo iba a demostrar.
Después de dos años trabajando en un laboratorio sin nombre que oficialmente no existía en la universidad de Cambridge, la doctora Cathleen Rainer estaba sola, y no porque fuera la única que trabajaba allí si no porque las otras dos personas que compartían espacio de trabajo con ella, se habían ido a un congreso en Corea del Sur al que, por supuesto, no había sido invitada ¿Quién si no iba a quedarse a vigilar las muestras? Esa era la función de la doctora Rainer, pringar como una campeona mientras el resto del equipo se lo pasa en grande. Lo gracioso e irónico del asunto es que era consciente de que sus compañeros eran mediocres en sus trabajos ¿Cómo habían llegado hasta ahí esos dos simios con una titulación regalada?
Cada día se sentía más asqueada, sobre todo porque el sueldo era miserable y ni siquiera cobraba lo mismo que esos dos cenutrios. ¿Y por qué no lo mandaba todo a la mierda? Pues muy buena pregunta, se la había hecho un montón de veces porque con un historial como el suyo, las diversas publicaciones en revistas de fama internacional y una tesis publicada la cual tomaban como referencia muchos estudios en marcha, era muy probable que la recibieran con los brazos abiertos en muchos rincones de este planeta. Pero el prestigio de la universidad de Cambridge era único… eso se repetía una y otra vez cuando le entraban ganas de marcharse. Lo que le sucedía a la doctora Rainer es lo que le pasa a mucha gente, tenía miedo a salir de su zona de confort y sólo necesitaba un empujoncito para cambiar su vida.
Mientras vigilaba las dichosas muestras, en este caso, orejas “humanas” que estaban siendo “cultivadas”, tirada frente a la pantalla que monitorizaba cualquier anomalía en las muestras, intentaba sobrellevar la falta de sueño después de haber trasnochado. Había una raid en el Warcraft que no podía rechazar y menos cuando en el trabajo no iba a haber nadie para darle la chapa.
Pero no, su vida tenía que seguir siendo una mierda y sus compañeros tenían que volver antes de lo previsto así que abrieron la puerta abrupta y sonoramente despertándola de sus sueños eróticos con Kit Harrington.
—¡Cathleeeen! ¿Cómo van nuestras pequeñas orejitas? —la voz de Robert retumbó por todo el laboratorio mientras ella se enderezaba—. No habrás roto nada mientras no estábamos ¿Verdad?
—No, Robert —se estiró y se levantó apoyándose en la mesa con cara de hastío—, las muestras están casi como las dejasteis.
—Pues deberían haber crecido unas micras según mis cálculos —espetó Marcel que llevaba aun las bolsas de la duty-free—. Alguien no ha estado haciendo su trabajo…
—Marcel… —puso los ojos en blanco—. Han crecido lo previsto para este periodo de tiempo y mi trabajo no era hacerlas crecer si no monitorizar su crecimiento, así que en teoría, he estado haciendo mi trabajo.
—Cathleen, deberías buscarte un novio para curar ese humor de perros que tienes.
            Marcel dejó las bolsas en la mesa y se unió a Robert haciendo gestos sexuales con los brazos y las caderas entre risas mientras Cathleen se volvía hacia su pantalla dándoles la espalda.
—Asquerosos…—murmuró—. Avisadme cuando el tema de conversación vuelva al campo científico.
—Ah sí, sólo hemos pasado por aquí de camino al despacho del jefe porque vamos a celebrar el éxito de nuestros estudios en el congreso de Corea.
—Vaya, Robert, eso es genial —se volvió hacia ellos con una sonrisa sarcástica—. ¿Qué fue exactamente lo que les interesó? ¿Mi artículo del mes pasado sobre la reconstrucción ósea con células madre o la referencia a mi tesis?
—Nena, ese “mi” tienes que cambiarlo —negó con la cabeza entre risas con aire de suficiencia—, ahora trabajas en equipo y todo lo que publiques es “nuestro”.
—Vamos, Robert —Marcel tiró de él hacia la salida—, alguien está en esos días del mes ¡Peligro, marea roja!
            Cathleen agradeció que aquellos dos simios salieran por la puerta aunque fuera mofándose de ella porque si permanecían un segundo más en el laboratorio, puede que hubiera cometido un delito grave.
Como era de esperar, después de reunirse con el jefe, ninguno de los machitos alfa se dignó a pasarse por el laboratorio para comentar las conclusiones del congreso ¿Para qué? A ella le darían un informe lleno de faltas de ortografía e incoherencias del cual, lo más probable sería que el setenta por ciento fuera pura ciencia ficción.
Sus horas de trabajo habían concluido y ella se marchaba a su humilde hogar cuando, al cerrar la puerta del laboratorio, escuchó que alguien la llamaba a su espalda.
—Doctora Cathleen Rainer, supongo.
—No hay otra doctora en esta planta —entrecerró los ojos y se volvió para mirar a la misteriosa figura que se ocultaba entre las sombras—. ¿Quién es usted? ¿Sabe que esto es una zona restringida?
—Tengo autorización —dando un paso al frente mostró su tarjeta—, Capitán Jane Abbott, de la C.I.A.
            Por un instante, Cathleen se quedó sin habla pensando que se había metido en problemas con los peces gordos del otro lado del charco y ni siquiera había sido culpa suya. Claro, para tirarse el pegote el mérito era de todos, pero cuando había algún marrón importante, la responsable total del proyecto era ella.
—No se preocupe, señorita Rainer —se acercó a ella tendiéndole la mano al ver que Cathleen palidecía—, no ha hecho nada malo, todo lo contrario, he venido para hacerle una proposición.
—Bueno, Capitán Abbott —murmuró mientras le tendía la mano temblorosa—, no sé en qué podría ayudarle yo.
—¿Podemos hablar en un lugar más tranquilo?
—Sí, hay una sala de reuniones al fondo del pasillo, acompáñeme.
La capitana Abbott era una señora elegante, le calculaba cuarenta, cerca de los cincuenta pero bien conservada, en un buen estado físico, además era muy alta y, por qué no decirlo, guapa, la típica belleza de culebrón en plan “Dinastía”. Con esos taconazos y ese traje de chaqueta combinado con falda lápiz sólo enfatizaba su altura de más de 1,75 que dejaba a la altura del betún mediocre 1,60 de Cathleen.
            Cathleen guió a la capitana hacia la sala y le abrió la puerta esperando a que ésta se acomodara para cerrar y sentarse frente a ella. La estancia era del tamaño de un despacho con una pequeña máquina de café, un dispensador de agua, una mesa y tres sillas.
—¿Quiere tomar algo de beber, capitán? —ofreció Cathleen
—Está bien así, doctora —sonrió—, gracias, quisiera terminar con esto lo antes posible, además usted debe estar cansada y querrá irse a casa.
            Por segunda vez la oficial había dejado sin habla a Cathleen pero esta vez por un motivo muy distinto. Hacía mucho tiempo que en su entorno laboral no encontraba una persona tan considerada. Era muy probable que su amabilidad se debiera a que quería algo de ella pero aun así casi se le saltaban las lágrimas porque, por fin estaba siendo tratada como un ser humano.
—Doctora Rainer, no puedo darle muchos detalles por el momento pero sé que está familiarizada con los protocolos de seguridad.
—Sí, claro, sé que hay detalles que no pueden contarme hasta que no firme el contrato —suspiró acomodándose en su asiento—, aunque supongo que a estas alturas ya me habrán investigado y ya habrán hablado con mis jefes.
—Nuestro deseo es que se incorpore lo antes posible y por ello hemos acelerado las gestiones…
—Un momento, capitán —interrumpió masajeándose las sienes—, si está todo decidido ¿Qué pinto yo en todo esto?
—Usted tiene la última palabra, de nada servirán todas las gestiones hechas anteriormente si usted declina nuestra oferta.
—Está bien, no interrumpo más —se cruzó de brazos—, cuénteme lo que me pueda contar.
—Muy bien, doctora Rainer —sonrió afablemente—, le propongo un viaje a la polinesia, a una base secreta en medio del pacífico donde usted tendría su puesto de trabajo.
—Ah, genial… —miró hacia el techo intentando imaginarse cómo sería ver el sol todos los días—. Y supongo que aun no puedo saber cuál sería mi trabajo.
—No, pero sí puedo adelantarle que le triplicaríamos el sueldo.
            Por tercera vez, la capitana había conseguido dejarla en modo silencioso. Al fin y al cabo vivimos en un mundo materialista y esto había sido la puntilla que necesitaba para salir del agujero en el que había estado atrapada dos largos años.
—Sólo tengo una pregunta…
—Si puedo responderla…
—¿La conexión a internet es buena y tienen tele por cable?
            Esta vez fue Cathleen quien dejó a la oficial sin habla pero poco a poco en el rostro de ésta empezó a dibujarse una sonrisa.
—Conocemos sus actividades online, no se preocupe, doctora, disfrutará de su ocio en nuestras instalaciones al igual que lo hace aquí.
—¿Cuándo nos vamos?
            La capitana soltó una carcajada y le tendió la mano como para sellar el contrato. Mientras se las estrechaban continuó hablando.
—Hemos contratado un servicio de mudanza y esperamos que en una semana todas sus pertenencias estén en la bodega del avión que la trasladará a usted lo antes posible a nuestras instalaciones.
—Vaya, sí que se mueven rápido ustedes allí enfrente ¿Eh?
—Y nosotros sabemos valorar a las personas que realmente merecen la pena.
            La oficial se levantó, abrió la puerta de la sala de reuniones y se paró un minuto antes de salir.
—Mañana recibirá la visita en su casa de un agente que se encargará del papeleo legal —bajó el picaporte para abrir la puerta—, ya sabe cómo va esto de firmar contratos…
—Sí, bueno…
—Ah, y los de la mudanza llegan a las diez de la mañana —salió del despacho—, así que esté pendiente de ellos.
—Pero mañana a las diez estoy en el laboratorio…
—No, querida —se volvió hacia ella—, usted ya no trabaja para ellos. Despídase como es debido, hágame caso.
            Le guiñó un ojo y se marchó sin añadir nada más. La Capitana Abbott le pareció una persona curiosa, parecía la hermana mayor que nunca tuvo porque era como la voz de la experiencia.
Pensó en la frase de la teniente: “Usted ya no trabaja para ellos, despídase como es debido, hágame caso.” y decidió que debía ir a decirles adiós allí donde se encontraban, en el pub a donde sabía que iban a celebrar siempre sus éxitos en los congresos.
Aparcó el coche al lado del puente y esperó a que los dos simios y su jefe salieran del pub. Robert y Marcel bebían como cosacos. El jefe, al que Cathleen sólo conocía de vista, por cierto, estaba mayor y con poco que bebiera, ya le afectaba bastante. No tuvo que esperar demasiado para verlos aparecer por el puente tambaleándose, apoyándose unos en otros así que encendió el motor, aceleró y, en cuanto estuvieron en la mitad del puente, paró el coche enfrente de ellos cegándoles con los faros encendidos y gritó:
—¡No podéis pasar!
—¿Qué demonios…? —farfulló el viejo que entornaba los ojos intentando adivinar quién conducía el vehículo agresor.
            Entonces, cruzó el puente a toda velocidad desequilibrándoles y haciéndoles caer al agua. No se sentía tan bien desde que había recibido los máximos honores al presentar la tesis pero también sabía que debía tener cuidado, esos seres patéticos debían sobrevivir, no existe el asesinato perfecto, todo el mundo lo sabe.
Paró el coche a un lado de la carretera y corrió a asomarse a la barandilla del puente. No pudo evitar reírse al verles chapotear furiosamente en la oscuridad, intentando llegar a la orilla.
—Valar Morghulis —les gritó desde lo alto del puente y se marchó.
—¿Cathleen? —chilló Robert medio ahogándose—. ¿Qué coño dices? ¡Sácanos de aquí, puta! ¡Cathleen!
Por supuesto que Robert y Marcel intentaron denunciar o emprender alguna clase de acción contra Cathleen pero les fue imposible, antes de que intentaran despedirla, se habían esfumado ella, sus archivos y todas sus investigaciones. Discos duros, papeles, documentos… nada que sugiriera que Cathleen Rainer hubiera trabajado allí en ningún momento.
 Eso sí que no tenía precio, para todo lo demás tenía el sueldo triplicado cortesía del gobierno de los Estados Unidos de America.




Doctora Cathleen Rainer